La rosácea ocular es una afección inflamatoria crónica que afecta a los ojos y que a menudo se asocia con la rosácea cutánea, una enfermedad que provoca enrojecimiento y erupciones en la piel, especialmente en la cara. Aunque ambas condiciones suelen aparecer juntas, la rosácea ocular puede manifestarse de forma aislada, lo que a menudo lleva a un diagnóstico tardío. En el Estado, se estima que la rosácea cutánea afecta a aproximadamente el 5% de la población, lo que equivale a más de dos millones de personas, aunque solo un 1% tiene un diagnóstico oficial.
La rosácea ocular es más común en personas con piel clara y en adultos de entre 30 y 50 años. A diferencia de la rosácea cutánea, que es más prevalente en mujeres, la ocular afecta a ambos géneros por igual. Se estima que hasta un 56% de los pacientes con rosácea cutánea también padecen rosácea ocular, aunque esta última es a menudo infradiagnosticada.
Los síntomas de la rosácea ocular pueden variar considerablemente y, en muchos casos, son más sutiles que los de la rosácea cutánea. Entre los síntomas más comunes se encuentran ojos secos, enrojecidos, párpados hinchados, visión borrosa, sensibilidad a la luz y episodios recurrentes de conjuntivitis u orzuelos. Estos síntomas pueden aparecer antes, al mismo tiempo o después de los síntomas cutáneos, y no siempre reflejan la gravedad de la rosácea en la piel.
Las causas de la rosácea ocular aún no están completamente claras. Sin embargo, se han identificado varios factores de riesgo que podrían contribuir a su desarrollo. Estos incluyen la presencia de ácaros en las pestañas, obstrucción de las glándulas de los párpados, factores ambientales, predisposición genética y la presencia de ciertas bacterias. Además, algunos factores que afectan la piel, como el consumo de alimentos picantes o calientes, el alcohol, las temperaturas extremas, la exposición al sol, el estrés y el ejercicio intenso, pueden agravar la condición ocular.
Investigaciones recientes han sugerido una posible relación entre la rosácea y trastornos como alteraciones del colesterol, hipertensión arterial y problemas gastrointestinales, como la celiaquía o la infección por Helicobacter pylori. Estos hallazgos subrayan la complejidad de la rosácea ocular y su posible conexión con otras condiciones de salud.
El tratamiento de la rosácea ocular generalmente incluye cuidados locales, como la higiene palpebral con productos específicos y la lubricación ocular para aliviar los síntomas de sequedad. Es recomendable evitar el uso de maquillaje cuando los ojos están inflamados, ya que esto puede empeorar la situación. En algunos casos, se pueden necesitar medicamentos tópicos, y en situaciones más severas, se pueden prescribir fármacos orales para un mejor control de la enfermedad.
Una opción de tratamiento intervencionista que ha mostrado resultados positivos es la aplicación de Luz Pulsada Intensa (IPL). Este tratamiento ha demostrado ser eficaz para reducir la inflamación, mejorar la secreción de las glándulas meibomianas y estabilizar la película lagrimal, lo que contribuye a aliviar los síntomas de la rosácea ocular.
La rosácea ocular no solo afecta la salud ocular, sino que también puede tener un impacto significativo en la calidad de vida de los pacientes. Por ello, es crucial un diagnóstico temprano para implementar un tratamiento adecuado que mejore el bienestar general de quienes padecen esta afección. La atención oportuna y el manejo adecuado de los síntomas son fundamentales para ayudar a los pacientes a llevar una vida más cómoda y saludable.