La situación en Marruecos ha tomado un giro significativo en las últimas semanas, con miles de jóvenes saliendo a las calles para expresar su descontento ante la falta de inversión en servicios públicos esenciales como la educación y la sanidad. En medio de este contexto, el futbolista Azzedine Ounahi ha decidido alzar su voz en apoyo a estas protestas, destacando la creciente tensión entre las aspiraciones del país de albergar el Mundial de Fútbol 2030 y las necesidades básicas de su población.
**La represión de las protestas y el clamor por derechos básicos**
Las manifestaciones han sido impulsadas por un sentimiento generalizado de frustración entre los jóvenes marroquíes, quienes consideran que el gobierno está priorizando la construcción de infraestructuras para el Mundial en lugar de atender las necesidades urgentes de la ciudadanía. Las cifras son alarmantes: la Asociación Marroquí de Derechos Humanos reporta alrededor de 300 detenidos en las protestas que han tenido lugar en ciudades clave como Rabat, Casablanca y Tánger. Los manifestantes han adoptado lemas contundentes como «No queremos Mundial, queremos sanidad», reflejando su deseo de que se destinen recursos a mejorar la calidad de vida en lugar de a eventos deportivos.
Ounahi, quien juega en el Girona y ha sido parte fundamental de la selección nacional, ha utilizado su plataforma para visibilizar esta problemática. A través de sus redes sociales, ha compartido imágenes y mensajes que documentan la represión que enfrentan los manifestantes, mostrando su solidaridad con aquellos que luchan por un Marruecos más justo. Su apoyo ha resonado entre los jóvenes, quienes ven en él una figura representativa de sus demandas.
**Inversiones faraónicas y el dilema del desarrollo**
El gobierno marroquí ha anunciado una serie de inversiones masivas en infraestructura con el objetivo de estar a la altura de las exigencias del Mundial 2030, que se celebrará en conjunto con España y Portugal. Estas obras incluyen la construcción y remodelación de estadios, con proyectos que prometen ser verdaderas maravillas arquitectónicas. Sin embargo, esta estrategia ha suscitado críticas, ya que muchos ciudadanos consideran que el dinero debería ser destinado a mejorar los servicios de salud y educación, que son fundamentales para el desarrollo del país.
La candidatura de Marruecos para albergar el Mundial ha generado un debate intenso, no solo a nivel nacional, sino también internacional. La inclusión del país en esta competencia ha sido vista con recelo por algunos sectores en España, especialmente tras la solicitud de Marruecos de ser el anfitrión de la final del torneo. Mientras que la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) ha manifestado su intención de que el Santiago Bernabéu sea el escenario de la gran final, la construcción del nuevo estadio Hassan II en Casablanca, que se espera tenga una capacidad superior a los 110,000 espectadores, ha añadido una capa de complejidad a la discusión.
Las obras faraónicas que se están llevando a cabo no solo representan un esfuerzo por parte del gobierno para mostrar una imagen moderna y competitiva ante el mundo, sino que también han generado un sentimiento de descontento entre aquellos que consideran que estas inversiones son un derroche en un momento en que las necesidades básicas de la población no están siendo atendidas. La falta de atención a la educación y la sanidad ha llevado a muchos a cuestionar las prioridades del gobierno, lo que ha alimentado el descontento social.
Las protestas en Marruecos son un claro reflejo de la lucha entre el deseo de progreso y la necesidad de justicia social. A medida que el país se prepara para el Mundial 2030, la presión sobre el gobierno para que escuche las demandas de sus ciudadanos se intensifica. Los jóvenes, liderados por figuras como Ounahi, están decididos a hacer oír su voz y a exigir un futuro en el que la inversión en el bienestar social sea tan importante como la inversión en eventos deportivos.
La situación en Marruecos es un recordatorio de que, a pesar de los avances en infraestructura y desarrollo, el verdadero progreso se mide en la calidad de vida de sus ciudadanos. Las protestas son un llamado a la acción, no solo para el gobierno marroquí, sino también para la comunidad internacional, que debe prestar atención a las necesidades de aquellos que, a menudo, son olvidados en el camino hacia la modernización y el desarrollo.