El 17 de mayo de 2025 marca un hito significativo en la historia del alpinismo, ya que se cumplen 15 años desde que Edurne Pasaban se convirtió en la primera mujer en alcanzar las cimas de los 14 ochomiles del mundo. Esta alpinista originaria de Tolosa ha dejado una huella imborrable en el deporte, y en una reciente entrevista, compartió sus reflexiones sobre su trayectoria, los desafíos que enfrentó y su vida actual.
Edurne, que ahora tiene 51 años, vive en el valle de Arán con su familia y ha diversificado su vida más allá del alpinismo. A pesar de sus logros, se describe como una persona emocional, que no tiene reparos en mostrar su vulnerabilidad. «Soy una mujer de llorar», confiesa, y añade que vive con nostalgia por los momentos vividos en su juventud, cuando la montaña era su vida y su pasión. Para ella, los años dedicados a escalar no fueron solo un reto, sino una época de diversión y camaradería.
La alpinista recuerda con cariño a sus compañeros de expedición, con quienes compartió risas y desafíos en las montañas. A pesar de que la competencia ha cambiado la dinámica del alpinismo, ella siempre vio su objetivo personal de escalar los 14 ochomiles como un viaje más que una carrera. Sin embargo, la llegada de la alpinista coreana Oh Eun-sun introdujo una nueva presión en el ámbito del alpinismo femenino, lo que llevó a Edurne a reflexionar sobre la naturaleza de la competencia en su deporte.
En sus palabras, la presión de ser la primera mujer en completar los 14 ochomiles se intensificó con el tiempo. Aunque nunca sintió rivalidad con otras alpinistas, la llegada de Oh Eun-sun trajo consigo un enfoque más comercial y competitivo al alpinismo, algo que Edurne critica. Ella recuerda cómo, en 2007, se encontró en el Shisha Pangma, donde la coreana estaba acompañada de un gran equipo de sherpas, lo que contrastaba con su propio estilo de escalada, más austero y basado en el esfuerzo personal.
La presión de la competencia se hizo palpable para Edurne en 2009, cuando se dio cuenta de que su equipo debía centrarse en su objetivo si querían completar los 14 ochomiles antes que su rival. A pesar de disfrutar de la escalada, la tensión comenzó a afectar la dinámica del equipo. Edurne enfatiza que no era solo su logro, sino el esfuerzo colectivo de su equipo lo que estaba en juego.
La cultura de la montaña y el sentido de comunidad son aspectos que Edurne valora profundamente. En 2001, participó en el rescate de cinco jóvenes que fallecieron en el Pumori, una experiencia que la marcó y que contrasta con la presión competitiva que sintió más tarde. Reflexiona sobre si, en medio de la carrera por los ochomiles, habría podido detenerse para ayudar a otros como lo hizo en el pasado. Su respuesta es clara: los valores de la montaña son universales y no dependen de la competencia.
La figura de Elizabeth Hawley, la notaria del Himalaya, también juega un papel importante en la historia de Edurne. Hawley fue fundamental en la validación de las cumbres alcanzadas por los alpinistas, y su relación con Edurne fue cercana. Cuando surgieron dudas sobre la ascensión de Oh Eun-sun al Kanchenjunga, muchos apelaron a Hawley para que se pronunciara. Aunque ella se mostró cauta, su papel como árbitro en el mundo del alpinismo fue crucial en la validación de los logros de Edurne.
A medida que Edurne Pasaban reflexiona sobre su carrera, queda claro que su legado va más allá de los logros deportivos. Su historia es un testimonio de perseverancia, camaradería y la búsqueda de la autenticidad en un mundo que a menudo se ve envuelto en la competencia y la comercialización. A 15 años de su última cima, Edurne continúa inspirando a nuevas generaciones de alpinistas y aventureros, recordándoles que la montaña es tanto un lugar de desafío como de conexión humana.