La situación en Nepal ha alcanzado un punto crítico tras las recientes manifestaciones que han sacudido al país. La tarde del martes, una multitud enardecida tomó las calles de Katmandú, incendiando el Parlamento y la residencia del primer ministro, KP Sharma Oli. Este estallido de violencia se produce en un contexto de descontento social y político que ha llevado a la dimisión del primer mandatario, quien no pudo controlar la ira de un pueblo cansado de la represión y la pobreza.
Las protestas comenzaron el lunes, cuando la represión policial dejó un saldo trágico de dieciocho muertos y más de 250 heridos. A pesar de la imposición de un toque de queda en la capital y otras localidades, los ciudadanos continuaron manifestándose, impulsados por la restauración de aplicaciones de comunicación como WhatsApp y redes sociales como Facebook y X. La juventud, que había estado utilizando estas plataformas para organizarse, se ha visto ahora armada no solo con teléfonos móviles, sino también con fusiles, lo que ha transformado la naturaleza de las protestas.
La respuesta del gobierno ha sido ineficaz. La revocación de la prohibición de 26 aplicaciones y redes sociales no ha logrado calmar la situación. Por el contrario, ha intensificado la frustración de una población que se siente ignorada por un liderazgo que no refleja sus intereses. La generación en el poder, compuesta por marxistas-leninistas que lideraron la última revolución en el siglo XX, se enfrenta a una juventud que está más conectada y organizada que nunca. Esta desconexión generacional ha contribuido a la escalada de la violencia y al descontento generalizado.
El ambiente insurreccional ha llevado a ataques directos contra figuras políticas, incluyendo la ministra de Exteriores y un exprimer ministro, lo que pone de manifiesto la gravedad de la crisis. Las sedes de partidos políticos, como el Partido del Congreso, han sido vandalizadas, reflejando la ira acumulada en un país que lucha por salir de la pobreza y que se encuentra fragmentado por divisiones étnicas y de casta.
Nepal, con una población joven y una edad media de 27 años, se enfrenta a un liderazgo que supera los 73 años. Esta discrepancia entre la edad de los gobernantes y la de la población genera un vacío en la representación y en la capacidad de respuesta a las demandas sociales. La historia reciente de Nepal, marcada por guerrillas y conflictos, ha dejado un legado de violencia y un acceso fácil a armas, lo que complica aún más la situación actual.
La dimisión de KP Sharma Oli, quien había asistido a un desfile militar en Pekín días antes de su caída, simboliza el fin de un gobierno que no pudo adaptarse a las necesidades de su pueblo. La presión internacional y la influencia de países vecinos, especialmente India, jugarán un papel crucial en el futuro político de Nepal. A diferencia de otros movimientos en la región, cualquier cambio en el gobierno nepalí deberá contar con la aprobación tácita de Nueva Delhi, que ha sido históricamente un actor clave en la política del país.
La suspensión de todos los vuelos en el aeropuerto de Katmandú es un reflejo de la inestabilidad que se vive en el país. La crisis actual evoca el cambio de régimen que tuvo lugar en Bangladesh hace poco más de un año, aunque las circunstancias en Nepal son diferentes. La intervención de India podría ser un factor determinante para evitar un desbordamiento de la violencia y asegurar una transición pacífica, aunque esto también podría limitar la autonomía del nuevo gobierno.
En este contexto, la comunidad internacional observa con atención los acontecimientos en Nepal. La posibilidad de un cambio de régimen que no cuente con el respaldo de India podría resultar en un conflicto prolongado y en una mayor inestabilidad en la región. La historia de Nepal está marcada por la lucha por la democracia y la justicia social, y la actual crisis es un recordatorio de que estas luchas son a menudo difíciles y peligrosas.
La situación en Nepal es un claro ejemplo de cómo las tensiones políticas y sociales pueden desembocar en violencia y caos. La juventud, que ha sido la fuerza motriz detrás de las protestas, exige un cambio real y significativo. La respuesta del gobierno y la comunidad internacional será crucial para determinar el futuro del país y la posibilidad de construir un Nepal más justo y equitativo para todos sus ciudadanos.