La historia de Jessica Rey de Perea es un testimonio desgarrador sobre el sufrimiento que puede causar un accidente de tráfico. Hace dos años, su vida cambió para siempre cuando su hermana Erika y su sobrino Ethan fueron atropellados por un conductor ebrio en Suesa, Cantabria. Desde entonces, Jessica ha tenido que lidiar con el dolor de perder a sus seres queridos y la carga emocional que esto conlleva.
El último recuerdo que Jessica tiene de su hermana es una conversación trivial, en la que Erika le pidió que le comprara mayonesa. Al día siguiente, recibió la devastadora noticia de que habían sido atropellados. «Mi vida cambió totalmente, ya no eres la misma, te rompe la familia, te envejece física y psicológicamente», confiesa Jessica, quien aún lucha por superar la pérdida.
El impacto de la tragedia no solo ha afectado a Jessica, sino a toda su familia. La ausencia de Erika y Ethan se siente en cada rincón de su vida diaria. «No me importa nada. Me tomo un café, pero no lo disfruto. Las celebraciones ya no tienen sentido», dice Jessica, quien ha tenido que aprender a vivir con un dolor que parece incesante.
El proceso de duelo es complicado y, a menudo, se siente como una montaña rusa emocional. Jessica recuerda cómo, al principio, se sintió atrapada en una burbuja, lidiando con los trámites legales y el juicio, mientras intentaba mantener a su familia unida. Sin embargo, a medida que el tiempo ha pasado, el dolor ha resurgido con más fuerza. «Ahora es cuando más falta me hacen. Yo me casé en noviembre, pero me faltaba ella», lamenta.
La relación entre Jessica y Erika era muy cercana; eran como dos mitades de un todo. Compartían momentos cotidianos, desde ir de compras hasta celebrar cumpleaños. La pérdida de esa conexión ha dejado un vacío que Jessica siente cada día. «Era como mi pack, con la que hacía todo: médicos, café, reír, llorar, secretos, confidencias», recuerda con nostalgia.
El sufrimiento de Jessica no se limita a su propia pérdida. También siente el dolor de su madre, quien ha perdido a una hija y un nieto, y de su cuñado, que ha quedado devastado tras perder a su esposa e hijo. La tragedia ha creado una onda expansiva de dolor que afecta a todos los que conocían a Erika y Ethan. «Pienso en mi dolor, pero me pongo en su lugar y no sé si lo podría resistir», reflexiona Jessica.
El día del atropello, Jessica recibió una llamada que cambiaría su vida para siempre. La voz de la dueña del camping donde su hermana veraneaba le informó sobre el accidente. La confusión y el horror se apoderaron de ella al enterarse de que tanto Erika como Ethan habían fallecido. La escena del accidente, con la sangre y la ambulancia, es un recuerdo que la persigue. «Ves todas las carreteras cortadas, con la Guardia Civil, y dices: No, ¿qué ha pasado?», relata Jessica, quien tuvo que enfrentar la dura tarea de informar a su madre sobre la tragedia.
A pesar de su dolor, Jessica ha decidido compartir su historia con la esperanza de que sirva de advertencia para otros. «Si atropellas a alguien, matas a una familia entera», enfatiza, instando a los conductores a ser responsables y a no conducir bajo los efectos del alcohol. Ella aboga por un endurecimiento de las penas para los conductores que causan accidentes mortales y por controles más rigurosos al renovar los permisos de conducir.
La historia de Jessica es un recordatorio del impacto devastador que un accidente de tráfico puede tener en la vida de las personas. Su testimonio no solo busca crear conciencia sobre la responsabilidad al volante, sino también rendir homenaje a la memoria de su hermana y su sobrino, quienes fueron arrebatados de manera cruel e injusta. A través de su dolor, Jessica espera que otros puedan evitar el mismo destino trágico.