Loiolaetxea es una comunidad que ha surgido como respuesta a la necesidad de apoyo para personas con antecedentes de drogodependencia y experiencia penitenciaria. Fundada a finales de los años noventa en el barrio de Altza, Donostia, por un grupo de jesuitas, esta iniciativa ha evolucionado para convertirse en un espacio de vida compartida donde más de 3,000 personas han encontrado un nuevo hogar y una segunda oportunidad.
La historia de Loiolaetxea comienza con la observación de la falta de estructuras de apoyo para aquellos que salían de prisión sin recursos ni redes familiares. Los fundadores, entre ellos Juan Ramón Trabudua y Manu Arrue, comenzaron a visitar la cárcel de Martutene, estableciendo un vínculo con los jóvenes que allí se encontraban. Al salir, muchos de ellos se unieron a la comunidad, dando paso a la creación de un hogar donde pudieran reintegrarse a la sociedad.
El lema de Loiolaetxea, «Gure etxera datorrena bere etxean dago» —quien llega a nuestra casa, que sienta esta como su casa—, refleja su compromiso con la inclusión social. La comunidad se basa en la creencia de que la verdadera inclusión no puede ser solo un proceso individual, sino que debe ser social y comunitaria.
El modelo de intervención de Loiolaetxea se articula en torno a cinco verbos: acompañar, servir, reflexionar, sensibilizar e incidir. Esto implica no solo ofrecer ayuda, sino también construir junto a las personas caminos de transformación personal y social. La comunidad se enfoca en tres líneas de trabajo fundamentales: Inclusión, Justicia penitenciaria y Hospitalidad.
La línea de Inclusión defiende el derecho de todas las personas a acceder a la educación, la vivienda, la salud y la participación ciudadana. En un contexto donde a menudo se margina a quienes han pasado por situaciones extremas, Loiolaetxea busca colocar a estas personas en el centro, reconociéndolas como ciudadanos de pleno derecho. «Nuestro lema es que la persona que llega a nuestra casa se sienta como en casa», enfatizan desde la entidad.
La línea de Justicia penitenciaria sostiene que, aunque la cárcel puede ser una pausa, la verdadera transformación comienza cuando se vuelve a considerar a la persona como parte de la sociedad. El paso por prisión no debe ser una condena eterna, sino una oportunidad para la reconciliación y la dignidad.
Por otro lado, la línea de Hospitalidad promueve una cultura de cuidado y respeto hacia la movilidad humana, creando espacios donde las personas se sientan valoradas y escuchadas. Esto es esencial para que puedan decidir sobre sus propias vidas y contribuir a la comunidad.
El voluntariado es un pilar fundamental en la estructura de Loiolaetxea. Actualmente, 68 personas, tanto laicas como religiosas, participan activamente en el proyecto. La filosofía del voluntariado en esta comunidad no se limita a prestar un servicio, sino que se basa en compartir la vida. «El hacer pasa a un segundo plano y coge fuerza el estar», explican desde la entidad. Esta convivencia diaria es lo que permite que se produzca la transformación social.
La comunidad está compuesta por 22 profesionales, además de los voluntarios y las personas que eligen Loiolaetxea para rehacer sus vidas. Esta dimensión comunitaria es tanto una herramienta como un objetivo, ya que se busca construir una comunidad inclusiva y con sentido misional.
Loiolaetxea no opera de manera aislada; su labor se sostiene gracias a una red de alianzas con instituciones públicas, como el Gobierno Vasco y la Diputación Foral de Gipuzkoa, así como con entidades del tercer sector. Esta colaboración es clave para sostener el proceso de cambio que promueve la comunidad.
En resumen, Loiolaetxea no es solo un refugio, sino un espacio donde cada proceso individual se convierte en un esfuerzo colectivo. La comunidad se erige como un modelo de vida compartida que busca transformar no solo a sus miembros, sino también a la sociedad en su conjunto, sembrando las semillas de un futuro más inclusivo y justo.